Acababa de mudarme a la nueva casa en
las afueras de Madrid. No sabía mucho acerca de la casa ni de los
propietarios, ya que la adquirí en una subasta.
Al cruzar la puerta me dió un pequeño
escalofrío, me di cuenta de que hacía mucho frio en este nuevo
lugar.
Mi cuarto estaba en la parte alta de la
casa, tenía una ventana que daba al jardín, las paredes estaban por
pintar y con un aspecto muy demacrado, normal, la casa tenía como
unos 100 años.
La primera noche fue muy difícil para
mi, ya que no había internet y además yo estaba acostumbrado a
vivir en la ciudad.
Después de una noche horrible
amaneció, me di cuenta de que desde mi ventana se divisaba el
hermoso amanecer, creo que es lo único bueno que me pasó después
de mudarme a aquella casa en medio de la nada.
Este día me lo pasé pintando y
arreglando desperfectos de la casa, que no eran pocos.
Llegó la noche y con ella la casa se
sumió en una oscuridad impenetrable. Solo había luz en el salón,
supongo que en los próximos días llamaría a algún electricista.
Eran las once y media y no podía
coinciliar el sueño, de repente escuché como unos gemidos en la
parte baja de la casa.
Al principio me asusté, pero reuní
fuerzas y me aventuré con una vela hacía la parte baja de la casa.
A medida que bajaba los gemidos
aumentaban, me empezaba a arrepentir de haber sido tan valiente.
Llegué al salón, una oscuridad
inexorable me recibió.
Los gemidos aumentaban cada vez más,
me dirigí al sótano para ver de donde venían aquellos gemidos.
El sótano se encontraba debajo del
salón, en una puerta de color ocre.
Me aventuré a abrirla, bajé las
escaleras con cuidado, ya que no había luz, la vela tampoco ayudaba
mucho.
A medida que bajaba los gemidos se
convertían como en sollozos.
Terminé de bajar la escalera y llegué
al sótano.
Los gemidos procedían del fondo,
cuando llegué me encontré con una bola de pelo negra en un rincón
de la estancia.
Me dirigí para ver que era aquello.
Era un pequeño cachorro con signos de
desnutrición y pelaje en mal estado.